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Para entender la ética kantiana
De los muchos temas interesantísimos que existen, la filosofía me parece ser la más sencilla y, paradójicamente, compleja a su vez. Varios docentes de filosofía mencionan, sin embargo, que, si a algún novato le nace la idea de aprender filosofía por cuenta propia, debe empezar leyendo a tal y a tal autor; en efecto, todo comentario es subjetivo, no obstante, muchos coinciden en la sugerencia.
Tratar de estudiar y comprender a Immanuel Kant, filósofo de proveniencia alemana, es en gran parte complicado. Pero uno de sus temas que, quizá suene difícil por el hecho simple de leer su nombre, es eje central de la ética a lo que él llamó el imperativo categórico. Cuando leí tan solo el título, la más ignorancia de la cual soy poseedor encapotó mis ganas de querer aprender y ser menos ignorante; todos lo somos y seremos, aunque en cantidad menor o mayor. Días después, despejé de mí aquel encapotamiento e investigué.
Con este ejemplo cotidiano, espero puedan aprender algo nuevo al igual que yo.
Supongamos, en un hipotético acontecimiento, que Alejandro, de 20 años (puede ser de más edad, si así les resulta más fácil de comprender), va caminando por una calle muy transitada y se percata que a un señor que va delante de él, se le cae una billetera de la cual su dueño no se da cuenta. Hasta ahí todo bien, ¿verdad?; sigamos. Bueno, ante ese caso, Alejandro tiene dos opciones. La primera: se queda gustosamente con la billetera; la segunda, la cual tiene dos motivos o razones más: informar al señor que se le cayó, efectivamente, su billetera. En esta última opción, se dice, existen dos razones o motivos principales por la cuales, según Kant, Alejandro podría hacerlo.
La primera: transeúntes o hasta personal de serenazgo podrían estar observando a Alejandro, lo cual obligarían a este a devolverlo sin siquiera coaccionarle, y la segunda: simplemente Alejandro cree que lo más adecuado es devolver objetos, independientemente de su valor, a quien ostenta ser su dueño. Uno de estos dos motivos o razones expresadas en la segunda opción del párrafo anterior, es el tan famoso imperativo categórico, mientras el otro es un imperativo hipotético.
En el primer motivo (si Alejandro decide devolver obligadamente la billetera por ser visto por terceros) lo haría simplemente acorde al deber, es decir, por temor a un castigo o, quizá, por una posible recompensa; a esto, Kant, le llama un imperativo hipotético. Por otro lado, en el segundo motivo (si Alejandro decide devolverlo porque cree es lo apropiado) lo haría no acorde al deber, sino simple y llanamente por deber; en este último caso se encuentra el famoso imperativo categórico de Kant.
En su obra "Fundamentación de la metafísica de las costumbres" (libro que debo, en lo personal, leer sí o sí), Kant expresa, como síntesis, que el imperativo categórico se podría expresar del modo siguiente:
"Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza."
De ahora en adelante, cuando se encuentren en una situación similar (¿quién no se ha encontrado en una?), recuerden el imperativo categórico de la ética Kantiana. ¿Actuarían simplemente acorde al deber (imperativo hipotético) o por deber (imperativo categórico)?
No apto para susceptibles
De los pocos libros que he leído últimamente, Filosofía en el tocador, con sus escasas páginas, me exhortó a releer párrafos y diálogos enteros para, siquiera, rozar el entendimiento de su motivo. Me gustaría preguntar quién, con toda la sinceridad de la que comúnmente carecemos, no ha visto imágenes pornográficas. Dudo, de hecho, que pueda encontrarse alguien que lo niegue. Sin embargo, no vengo, ni pretendo, hablar de lo común que puede llegar a ser ello.
De "50 sombras de Grey" -un libro del que rotundamente me avergüenzo de haber leído por su pobreza literaria- solo saqué lo clásico que estos "best seller" contemporáneos nos ofrecen: amor a primera vista; el chico es el clásico mujeriego que se enamora, estúpidamente, de la única y típica chica virgen de la ciudad; intenta cambiar por ella y pasan por odiseas de tres tomos de libros y, al fin y al cabo, terminan casándose y lo demás absurdo que uno puede leer y, de por sí, adivinar si termina de leerlo. No obstante, este pequeño fragmento no puede tener comparación alguna con el libro (mucho más erótico aun) que, hasta madrugadas, me hizo pensar y arduamente analizar: Filosofía en el tocador.
Este libro, escrito por marqués de Sade, puede provocar, en algunas y pocas personas, un trauma inicial hasta que, conforme den vueltas a las páginas, se ablanden y acomoden al contexto. Esta lectura narra la historia de Eugenia, una joven de quince años, quien fue inculcada por su madre en las doctrinas cristianas de aquel entonces. Con el permiso de su padre, llega a casa de la señora Saint-Ange, amiga "íntima" de aquel, quien, con la ayuda de las enseñanzas de Dolmancé, un impúdico, introducen a la aún inocente y virginal Eugenia al mundo del libertinaje.
Pero este libro no solo contiene coloquios en los que se expresa la actitud irrespetuosa hacia la ética y la moral, insultando a quienes aún, en estos tiempos, seguimos ciertos criterios conservadores, sino que tenemos a Dolmancé, quien, mediante sus diálogos, introduce no solo a Eugenia, sino también, aprovechándose de su descuido, al lector, a un mundo donde filosofar es una de las tareas que otros libros no nos colocan, con argumentos -no incongruentes, después de todo- que pretenden santificar hasta los crímenes más perversos que jamás se hayan despreciado en el mundo. El sexo, el sadomasoquismo, el libertinaje más extremo que pueda existir, el incesto, el asesinato, el aborto, el machismo y el ateísmo y hasta lo más perverso que puedan pensar y que pueda existir, son los temas en los que el marqués de Sade pretende forzarnos a filosofar.
Quizá quienes hayan leído a este autor o que, por lo menos, sepan a qué se dedicó a escribir y, al tan solo leer las tres palabras que componen su pseudónimo, sonrían y se sonrojen al pensar que este descomunal escritor fue solo un señor pervertido, pero perfecto a su vez, que disfrutaba, excitadísimo, de esquematizar inteligentemente diálogos y narraciones impecables, donde describía, por excelencia, lo fantástico que puede ser el sexo sin límites, ignorando, quizá, la gran filosofía que esconde detrás de todos ellos.